Aigua
Luis González Ansorena
No para quien esté definitivamente entontecido por las estridencias banales de la posmodernidad, ni para quien tenga prisa o entienda el arte como un "divertimento dominical". Todo arte, el arte de verdad, desvela a la par que oculta algo, porque, como dejó dicho Goethe, en arte, finalmente, siempre nos encontramos con el misterio.
En un espacio diáfano, casi circular en su estricta cuadratura, Sampol nos ofrece una serie de obras que al espectador apresurado le parecerán desconectadas: pintura, composición, grabado, litografía, dibujo, instalación, fotografía… sin embargo existe, a descubrir, un hilo conductor que no revelaré, porque el arte no se completa si el espectador no interviene, si no se esfuerza. Sí puedo decir, genéricamente, que quien observe atento verá rigor, precisión, orden estricto; formas exactas, muy alejadas del expresionismo subjetivista tanto como de la objetividad formal del postarte convertida, como ha dicho D. Kuspit, en andamio de la banalidad.
No hay aquí pretensión de genialidad, de impacto, de sorpresa. Porque las obras de Sampol son formas de factura exquisita y técnica -técnicas- inspiradas, o más bien modeladas, o preñadas, por la idea; idea de lo humano, de lo social, de lo amoroso, del diálogo, de la armonía con la naturaleza, de lo femenino…; y paridas lenta y trabajosamente, con un respeto excelso hacia las cosas que, como es sabido, son entes que a la vez que revelan, ocultan el Ser, en su pretensión de hacer el mundo transparente pero manteniendo el misterio final. Tampoco encontraremos aquí el tan socorrido feísmo que pretende denunciar, cansinamente, lo que todos sabemos: que el mundo se va a la mierda.
El modo de protestar de Sampol es mostrarnos belleza; la belleza de las semillas de la jacaranda, la belleza de las precarias estructuras de Mali, la belleza de la ropa tendida, la belleza de un mar rojo femenino poblado por mujeres que han dejado un enorme rastro, quizá demasiado oculto, de inteligencia y dolor. El mismo dolor que nos muestra Sampol, tras la belleza, por la destrucción de la naturaleza, por el sufrimiento inacabable de los refugiados, por la triste realidad de África, por el grito inaudible de los torturados…
Me temo que, finalmente, sí he revelado algo de ese hilo conductor que decía. Bueno, también el título de la exposición dice algo. Es igual. El arte verdadero es acodado; tiene resquicios y recovecos. Hay que recorrerlos y demorarse. Finalmente, el verdadero arte, como sabe muy bien la estética oriental, es aquel que deja cierta resonancia, cierto poso o aroma –rassa, en sánscrito–.
Así pues. Mirad. Mirad. Mirad. Y llevaos a casa un poco de la gran resonancia.
Mallorca, 2017