Dos mundos, aparentemente opuestos, conviven en su trabajo. Uno inmediato como la vida, como el penacho de la palmera de fina cintura, como el color siena de los muros derruidos, como la yuxtaposición ardorosa de los arbotantes de la Catedral, como el armario ropero mostrando de par en par la intimidad de sus objetos tal como si nuestro "voyeurismo" hubiera degollado este animal insomne. Dolores Sampol hace una lectura vivísima de nuestra cotidianeidad, con un atrevimiento casi fotográfico, pero el polvo de la pincelada nos informa que el juego, la interpretación, es mucho más atrevida. > Leer artículo
Àngel Terron