TEXTOS

 

 

 

 

 

 

 

Mundo silencioso

María Antonia de Castro


maria-antonia-de-castroHay en la pintura de Dolores Sampol una serie de factores divergentes que se yuxtaponen hasta conformar un raro equilibrio de tensiones. De estos factores tal vez el que resulte más superficialmente obvio y a la vez comporte un mayor riesgo sea el de la belleza. Un concepto vilipendiado a lo largo de un siglo de arte desmitificador.

Un factor que ha sido corroído hasta constituir un tabú y por tanto un inefable. Fue el artista romántico el que ahondó en la discordancia entre el arte y el buen gusto académico, pero también fue el romanticismo el encargado de exaltar la idea de lo sublime vinculándole a la belleza para deslizar a ambos por la vertiente de lo vertiginoso y la pulsión de la muerte. Parte de esa exaltación romántica llega a través de un aventurado adentrarse en el paisaje de lo desconocido.

Es ya tradición la presencia determinante que el paisaje ha tenido en la pintura y la poesía mallorquinas, la intensidad con que esta naturaleza asalta los sentidos. El resultado ha sido el de una pintura colorista, encendida por la luminosidad del cielo y la espléndida gama cromática del mar. Dolores Sampol se distancia de esa tradición pictórica para adentrarse en una recreación, de la naturaleza y de un paisaje soñado, más cercanos al agridulce sentimiento romántico que a la complacencia de la representación tradicional.

De las dos vertientes de la isla, la meridional deslizándose en planicie hacia el mar turquesa, y la septentrional cortada a tajo sobre la profundidad marina, es ésta por la que Dolores Sampol siente una especial predilección. Dada esa rara relación que se establece entre el estado mental y el modo en que percibimos el entorno, valga el hecho, como una señal simbólica de su manera de interiorizar, y no sólo como la preferencia hacia una forma de paisaje.

En una naturaleza que se ofrece con una aparente estabilidad secular, bajo el mito de una calma ficticia, la percepción de esta pintora incide en lo amenazador de parajes inciertos, en la zozobra que se oculta a veces bajo una superficie apacible. Dolores Sampol hace gala de una austeridad y de una economía del color radicales para acceder a la tensión de este mundo silencioso. Al equilibrio de intensidades contribuyen tanto la desnudez del lienzo como la energía del trazo. Los trazos definen de una sola vez el vuelo de un ave, y la forma sinuosa de un tronco, sugieren la lejanía de un horizonte y la levedad del agua, creando un logrado encuentro entre trazo-abstracto y forma-figurativa.

Con esta sobriedad de color y parquedad de medios que van afirmándose paulatinamente en la evolución de esta obra, los cuadros van adquiriendo una mayor rotundidad y una más profunda capacidad expresiva.

Madrid, 1994

 

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